Hay momentos cercanos a la muerte que parecen trascender lo físico, instantes cargados de un simbolismo tan profundo que la ciencia aún no puede explicar del todo. Una enfermera en cuidados paliativos ha compartido una observación conmovedora: muchas personas, justo antes de morir, levantan lentamente los brazos hacia el cielo, como si saludaran a alguien que no se ve.
Este gesto ha sido descrito como sereno, fluido, casi deliberado. No se trata de un espasmo ni de un reflejo violento, sino de un movimiento suave que ha llamado la atención de los profesionales de la salud que asisten en estos momentos tan delicados.
¿Un último saludo hacia el más allá?
En sus últimos minutos de vida, algunos pacientes pronuncian nombres familiares, sonríen con ternura o miran fijamente hacia un punto invisible. Dicen ver a un ser querido fallecido, una figura espiritual o una luz cálida que los envuelve. Frases como:
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“Ya están aquí.”
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“Voy camino a casa.”
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“Veo a mamá.”
son testimonios que se repiten, y aunque subjetivos, llenan de sentido ese gesto de brazos en alto, como si fuera un símbolo de encuentro, de reencuentro, de regreso.
Ciencia vs. espiritualidad: ¿Reflejo involuntario o despedida del alma?
Desde el punto de vista médico, se han sugerido explicaciones fisiológicas. La falta de oxígeno, los cambios químicos en el cerebro o incluso las alucinaciones podrían explicar este tipo de movimientos.
Sin embargo, quienes acompañan a los pacientes destacan algo que no se puede medir con instrumentos: la delicadeza del gesto. Es como si el cuerpo mismo supiera que ha llegado el momento de soltar, de rendirse, de dejar ir.
El gesto del alma que se despide
Desde la psicología, levantar los brazos podría representar un acto inconsciente de liberación, de entrega. Un acto simbólico de aceptación, como si el individuo, en sus últimos segundos, dijera: “Estoy listo”.
Para los familiares, ver este gesto puede ser profundamente reconfortante. Muchos coinciden en que les dio paz, una sensación de que su ser querido no partió solo ni con miedo.
“Ese gesto me tranquilizó. Sentí que alguien lo esperaba y que se iba en paz”, relata una hija que estuvo presente en ese instante con su madre.
Un adiós sin palabras
Los últimos momentos de vida suelen estar marcados por una atmósfera distinta. Silencio, calma, un último suspiro… y ese movimiento tan leve que puede decir más que mil palabras.
Para las familias, estos gestos se convierten en recuerdos imborrables. Son despedidas silenciosas que, lejos de intensificar el dolor, brindan consuelo, porque parecen hablarnos de un tránsito con sentido, lleno de luz, y no de una pérdida sin rumbo.
Quizás, ese sencillo levantar de brazos no sea solo un acto reflejo del cuerpo, sino un adiós delicado, casi poético, del alma que se eleva hacia donde pertenecemos.