El pollo es una de las carnes más populares en todo el mundo por su sabor, su facilidad de preparación y su precio accesible. Sin embargo, no todas las partes del ave son igual de seguras ni recomendables para el consumo. Algunas pueden acumular bacterias, toxinas y grasas que representan un riesgo para la salud si no se manipulan de manera adecuada.
A continuación, repasamos cuáles son las zonas más problemáticas del pollo y qué precauciones deberías tomar antes de incluirlas en tu alimentación.
La piel del pollo
La piel suele ser muy apreciada por su textura crocante al cocinarse, pero también es una de las partes más cargadas de grasa saturada. Este tipo de grasa aumenta el colesterol LDL y, en exceso, puede favorecer enfermedades cardiovasculares.
Además, la piel funciona como barrera protectora del ave, por lo que puede acumular residuos de antibióticos y pesticidas. Si no se cocina a la temperatura correcta, también puede ser portadora de bacterias como Salmonella o Campylobacter.
Recomendación: retira la piel antes de cocinar y evita su consumo frecuente.
El cuello del pollo
Es común utilizar el cuello para caldos o sopas, pero esta zona concentra glándulas linfáticas que pueden acumular toxinas. Durante el sacrificio y la limpieza del ave, esta parte también entra en contacto con fluidos internos, lo que aumenta el riesgo de contaminación.
Recomendación: si lo usas para caldos, cocina a fuego alto durante bastante tiempo y desecha la carne, utilizando solo el líquido resultante.
Los órganos internos (vísceras)
Hígado, corazón y molleja son consumidos en muchas culturas como auténticos manjares, pero no están libres de riesgos. El hígado, encargado de filtrar toxinas, puede contener restos de metales pesados, antibióticos u otros compuestos.
Aunque son ricos en nutrientes, deben comprarse frescos y en lugares de confianza, ya que también pueden portar parásitos.
Recomendación: consume vísceras solo de vez en cuando y asegúrate de cocinarlas bien.
El recto y la parte trasera (el «obispo»)
Esta parte pequeña, ubicada cerca del orificio de excreción, es difícil de limpiar correctamente y puede albergar bacterias intestinales. Además, contiene glándulas sebáceas que acumulan grasa y residuos. Su consumo frecuente no es aconsejable, incluso si se cocina a altas temperaturas.
Recomendación: lo mejor es evitar esta parte del pollo.
Consejos y recomendaciones
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Prefiere cortes magros como la pechuga o el muslo sin piel.
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Lava bien las superficies y utensilios después de manipular pollo crudo.
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Cocina siempre a temperaturas altas para eliminar bacterias.
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Compra pollo de criaderos responsables o con certificación ecológica cuando sea posible.
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Reduce al mínimo el consumo de piel, vísceras y partes traseras del ave.