El niño y el tren que nunca llegó.

En la vieja estación de tren, un niño de apenas 6 años esperaba sentado en un banco de madera. Sostenía con fuerza un pequeño carrito de juguete, mientras el viento helado le enrojecía las mejillas y despeinaba su cabello.
A lo lejos, el eco metálico de un tren parecía acercarse… pero las vías seguían vacías.

Entonces, una anciana, envuelta en un abrigo gris y con un pañuelo de lana cubriéndole la cabeza, se detuvo frente a él. Con una voz suave pero firme, le preguntó:
—Pequeño… ¿a quién esperas?


El silencio y la verdad

El niño dudó. Sus ojos grandes, oscuros y tristes, se movieron hacia el horizonte.
—A mi papá —susurró—. Me dijo que vendría en este tren… pero todavía no llegó.

La anciana se sentó a su lado. Sus manos, arrugadas y tibias, descansaron sobre las del niño.
—¿Hace mucho que esperas?
—Desde que salió el sol… Él siempre dice que vendrá, pero esta vez… creo que se olvidó.


El pasado que regresa

La anciana lo miró con un brillo extraño en los ojos.
—Yo también tuve un hijo —dijo lentamente—. Y también lo esperé en una estación… pero nunca regresó. Aprendí que, a veces, las personas no llegan cuando queremos, sino cuando pueden.

Sacó de su bolso una pequeña galleta envuelta en papel.
—Toma, para que el frío no te gane.

El niño la aceptó, y en su rostro apareció una sonrisa tímida.
—¿Y si mi papá no viene? —preguntó.
—Entonces… iremos juntos a buscarlo. Pero no solo aquí. A veces hay que ir a su corazón para encontrarlo.


La llegada inesperada

Justo cuando la anciana iba a ponerse de pie, un silbido fuerte rompió el aire. El tren, envuelto en vapor, apareció en la distancia.
El niño se levantó de un salto, apretando su carrito. Buscó entre las ventanas, ansioso… y entonces lo vio.
Un hombre bajó apresurado, con una bufanda roja y lágrimas en los ojos. Se arrodilló, abrazándolo con fuerza.
—Perdóname, hijo… el tren anterior se canceló. Pensé que no me esperarías.

La anciana sonrió, se apartó discretamente y se perdió entre la gente. Nadie la volvió a ver.


¿Qué aprendemos de esta historia?

Que la paciencia y la esperanza son puentes invisibles que nos sostienen incluso en los momentos más fríos. Que a veces, cuando creemos estar solos, aparece alguien que nos recuerda que el amor siempre encuentra la manera de llegar, aunque tarde un poco más de lo esperado.